jueves, 28 de octubre de 2010

Crónica de una tarde en Plaza de Mayo

Escuchaba tiempo atrás, en un asado de domingo, que el Kirchnerismo era, en la Argentina, lo más cercano a un movimiento político desde la vuelta de la democracia hasta estos días. Escéptico, según me cuentan, expresaba mis dudas sobre esta afirmación sosteniendo que un movimiento debía tener como fin el cambio social. Y por lo tanto, el ejercicio de poder, debía ser un medio para un fin. Si el cambio social, incluso en su forma discursiva únicamente, era solo un medio para perpetuarse en el poder, ¿seguía siendo un movimiento?
La respuesta la tuve el día de ayer en la Plaza de Mayo. Caminando por Av. De Mayo en dirección a la plaza, empujado por la curiosidad y la fascinación que los eventos que se intuyen históricos generan, esperaba cruzarme con patotas sindicales, la infantería clientelar de Moyano y D’Elía, los militantes del pancho y de la coca. Todos ellos irían por supuesto, pero ninguno había llegado todavía. La Plaza, sin embargo, estaba llena. Los militantes jóvenes con sus banderas políticas y visiones idealizadas estaban a un lado. Viejas con pañuelos blancos en la cabeza dejaban mensajes escritos junto a las sempiternas vallas de seguridad. Familias enteras, en medio de todo, junto a la pirámide también. Fotógrafos por doquier y gente ajena a la política que solo pasaba para chusmear.
Decidido a asimilar cuanto pudiera, recorrí los distintos sectores de la plaza. Desde la actual casa de gobierno, donde cientos de simpatizantes dejaban sus notas de afecto, flores y banderas hasta el lado opuesto, donde los recién llegados por las avenidas y diagonales, se encontraban con quienes se retiraban ya del lugar.
En todos lados escuchaba a la gente hablar sobre lo sucedido. Considerando que no era el lugar ni el momento para mostrar mi visión más crítica de los K, me limite a escuchar a la gente presente. Debo haber interpretado mi papel correctamente, pues más de uno me llamó “compañero”.
Junto a mi había un grupo de tres jóvenes. Uno de ellos les hablaba con fervor a los otros dos sobre la lucha por el cambio social, la descentralización de los medios, el castigo a los criminales del proceso, la inclusión social y de cómo Kirchner lo había hecho posible. Les pregunté si venían con alguna agrupación. No, me contestaron. Venían solos. Dispuesto a retrucar sobre el origen, y el éxito, del accionar del difunto ex presidente, me frenó súbitamente un pensamiento.
Mas allá de la motivación que tuviese el santacruceño, la trascendencia cultural ya era suya. Fijó esas ideas y pudo hacerlas mas aceptadas en la conciencia colectiva argentina. Ciertamente en la de los jóvenes. Ahí, rodeado de simpatizantes  kirchneristas, en la Plaza de Mayo, en un día que la militancia, no lo dudo, llamará épico, mucha gente, de sinceras intenciones, ya había tomado como ideológico, y propio, lo que podría, o no, haber sido pragmatismo para quién fue la figura política mas importante de la última década. Di media vuelta y volví en dirección a mi casa. Ya había encontrado lo que había estado buscando.